16.11.07

El Dios Antiguo


El Dios Antiguo

Con su masa de tentáculos esparcida y sus innumerables ojos, el Dios Antiguo, permanece oculto en las profundidades del mundo. Él se alimenta de la muerte, encadenando las almas a la Rueda de la Vida: el ciclo purificador de nacimiento, muerte y renacimiento; al cual todas las almas de Nosgoth estaban inexorablemente atraídas.


Los alados lo veneraban especialmente, ejerciendo su voluntad y fue de este modo por el que se lanzaron en una guerra santa contra los Hylden, los cuales desafiaron la voluntad del Dios. Desterraron a la raza enemiga, pero recibieron como respuesta la maldición del vampirismo, que deja sus almas atrapadas en sus cuerpos, prolongando su vida terrenal. Por esta razón el Dios Antiguo, retiró su favor de ellos y para recuperarlo comenzaron a suicidarse masivamente, para devolver sus almas a la rueda de la vida.
Pese a que muchos se suicidaron, otros prevalecieron con la esperanza de ver cumplida la profecía que los liberará y por ello transmitieron el Don Oscuro a los humanos, para preservar su linaje

Con el numero creciente de vampiros en Nosgoth y la pocas almas humanas, el Dios Antiguo no podía alimentarse, o como el prefería describirlo, no podía devolver las almas a la Rueda de la Vida. Por ello, según Él, levanto a Raziel del fondo del Abismo, para que llegase a ser su ángel de la muerte, su cosechador de almas. Le proporcionó la capacidad para cambiar del plano espectral al físico, por medio de unos portales de cambio y a lo largo de su camino le orientó para usar sus nuevas habilidades como espectro, a la vez a le animaba a continuar con macabra venganza carente de sentido. Pero llegó un momento que su creación se le escapó de las manos: Raziel se reveló contra Él, siendo consciente de que el Dios no podía matarlo aunque quisiera, comenzó a ejercer su voluntar y tomando sus propias decisiones. Para controlarlo utilizo a su fiel lacayo Moebius.

Pese a todos sus esfuerzos Kain es purificado de toda corrupción, consigue ver al Dios Antiguo y darse cuenta de que no se trata de un Dios, sino de un parasito devorador de almas disfrazado bajo un velo de falsa moralidad.